Te abrazo por detrás, colando mis manos por tu camiseta, te beso el cuello y tú sonríes.
-¿Qué quieres Valeria?- entrelazas tus dedos con mis dedos y apoyas tus labios sobre ellos sin apartar la vista de la pantalla del ordenador.
-A ti- te susurro convencida y vuelvo a besarte.
-Y yo- cierras los ojos y te dejas hacer y deshacer-. Pero ahora no puedo. Tengo que acabar esto.
Apartas mis manos y cliqueas sobre una de las pestañas que acaba de aparecer en el ordenador. Yo asiento y me voy, sin esperar a que añadas nada más. Tiro de la camiseta que no da más de sí y me deja al aire los muslos. Salgo por la ventana del salón y tomo las escaleras de emergencia en dirección a la azotea. La noche ha caído pesada y fría pero el cielo está despejado.
Me tumbo sobre el alfeizar de piedra y contemplo el firmamento, perdiéndome entre las estrellas y tus no besos.
-Vas a helarte.
-Caliéntame Lucone- le miro y sus ojos miel me acarician la piel sin manos.
-Y Guille me mata.
-¿Crees que se enteraría?- él se acerca y se acuclilla en frente de mí, me pasa dos dedos por la cara interna del muslo. Sus dedos describen un sinuoso camino, sin un rumbo fijo. Me tiembla la boca. El pelo se me eriza por el contacto repentino. Me muerdo discretamente el labio inferior... Pero Lucone se detiene, me besa la frente y se sienta entre mis piernas sin mirarme.
-No puedo hacerle eso.
Recuesto mi cabeza en su hombro y le rodeo la cintura con los brazos por detrás.
-Te necesito...
-Es una lástima que eso no sea cierto- me besa las manos y espera a que diga algo más.
-Me mantienes a flote...
-Engáñame un poco mejor- me besa por última vez de espaldas y se gira. Me recoge el rostro y me pega su nariz a la mía. Huelo la colonia que le regale hace dos días.
-Te quiero.
-A eso me refería- me besa en los labios. Con calma. Se separa-. No me lo tengas en cuenta.
-¿Por qué?
-Porque eres una niña y me has vuelto loco. Y tu risa ilumina mis noches como una lluvia de estrellas, pero el cielo se esconde entre tus labios y tu piel está siempre dispuesta a un nuevo asalto. Y tus palabras nunca hacen daño. Pero tu corazón a duras penas se mantiene en pie en tu cuarto. Y me duele no poder enderezarte, o mirarte mientras cantas en la ducha o llevarte a la playa y hacerte el amor en cualquier parte. Y no puedo pedirte que vuelvas, pero no te dejo que abandones uno solo de mis sueños. Y los defectos que dices tener a mí no me parecen más que virtudes y el tono de tu risa tranquliza hasta a las fieras. Y a mí me vale así.
-A mí no.
Me aparto y me incorporo. Y la camiseta deja entrever más de lo que debiera. Mantengo el equilibrio con los brazos extendidos.
-¿Y que es lo que quieres?
-¿A qué le tienes miedo?- inquiero.
-A ti.
-¿Qué?
-A quererte más de lo que tú puedes aguantar. A besarte más de lo que tus labios están acostumbrados. A abrazarte tanto que sin querer te robe todo el calor. A darte de mí lo que no puedes apreciar. A saturarte. Tengo miedo a darlo todo por ti y recibir solo rastrojos de un corazón herido de muerte que se ríe de la vida porque le asusta la muerte. Porque ha dejado de ser feliz por si luego duele. Porque amo todo lo que eres, pero me da miedo todo lo que seríamos juntos si tú no te arriesgas como yo lo haría.
-¿A qué te refieres?
-A que tú nunca terminas de saltar, siempre te quedas en el borde, kamikace, pero no saltas, porque te da miedo que nadie te recoja después.
-¿Tú lo harías?
-No- tira de mí, provocando que mis pies choquen entre ellos y a punto esté de precipitarme en el vacío subida a la cornisa del edificio-. Yo me acostaría a tu lado hasta que todas tus heridas se cerrasen. Nah, te estoy mintiendo.
-¿Ah sí?
-¿De verdad crees que sería capaz de dejarte caer?
VECA
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