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No la dejes ir chaval, a veces es demasiado tarde.

Él la tenía ahí, en la palma de su mano. Pero le importaba más lo que pudieran pensar de él a lo que él pudiera sentir por ella. Ella era una más, una chica común, con ojos bonitos y sonrisa a juego. Ni llamativa ni expectacular.
Ella estaba loca por él, pero ni él se lo merecía ni mucho menos ella. Ella estaba harta de esperar algo que nunca llegaría. De esperarle a él. De necesitarle y que él no la necesitara, nunca. De dormir sola y él acompañado de cientos de príncesas que perdían las bragas antes que la corona por su media sonrisa y sus aires de tipo duro.
¿La quería? Claro que no, porque él solo se quería a si mismo. 
Pero él lo que necesitaba era una chica a la que proteger, a la que volver invencible, con la que volverse invencible. No una que se lo pusiera todo fácil. Él la necesitaba a ella.
Pero ella se iba echando a perder. Ella seguía con esa mierda de que no era lo suficiente para él, ni suficientemente guapa, ni suficientemente delgada, ni suficientemente nada. Ese era su problema, sus jodidos complejos.
Pero ella era una princesa, el día que empezase a aceptase. Que aprendiera a mirarse en un espejo sin querer desaparecer. El día que se sintiera fuerte y no vulnerable.
El día que no necesitase absolutamente nada de él.

VECA

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