
Ella estaba ahí, en mitad del cielo, con la autoestima por las nubes y la mejor de sus sonrisas pintada en la cara.
Él andaba dando tumbos, de aquí para ya, sin encontrar su sitio nunca, ahogado entre alcohol y dudas.
Ella era feliz, jodidamente feliz. Corría, gritaba y reía a carcajadas cundo le apetecía, le gustase o no a los demás. Eso la volvía única.
Él tenía demasiada gente a su alrededor pero nadie que diera un duro por él. Estaba en la cúspide, pero no la tenía a ella.
Ella simplemente era una tormenta, siempre al pie del cañón, siempre ahí por los suyos. Siempre con una sonrisa en los labios. Siempre ella.
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