Y allí estaba ella, venida a menos sin sus manos, sin la costelación de sus lunares, sin el brillo de sus ojos chocolate. Ella, la misma que le tenía tantísimo vértigo a perderle, le había perdido. Y ahora se mordía el labio, jugaba con su pelo y ahogaba sus penas con una copa de alcohol del barato pues tampoco había efectivo para más. Le echaba de menos, a él, a sus enfados y a sus camisetas anchas de baloncesto. Sus cabreos lo lunes por la mañana, su mal humor al madrugar y sus manías. Pero también los abrazos, los mensajes y las sonrisas. Esas tardes tirados en el sofá viendo una de sus películas preferidas. Esos abrazos en la cama que quitaban males y subían el ánimo. Esas guerras de cosquillas en cualquier parte. Esa sensación a mil metros del suelo cuando se besaban.
Y ya no queda nada.
Ni el vestido corto ni las medias de rejillas han podido borrarle. Los tacones, por muy altos que sean, nunca superan su recuerdo. El maquillaje no tapa las sonrisas que él le había sacado. Los labios rojos que vende a cualquiera no saben a él. Sus manos ya no encuentran las mismas costelaciones. Las salivas nunca saben a kriptonita. Los ojos ya no tienen ese brillo. Ella se siente perdida.
Y sin duda quiere que vuelva una noche más esa media sonrisa torcida que la traía de cabeza. Quiere sus besos callándola la boca. Sus abrazos curando ese corazón lleno de cicatrices.
Pero ya solo queda recordar lo que pudo y no fue. Las caídas, las cagadas y las putadas que se hicieron. Los sueños a dos, las metas a dos, los nuestros y los para siempre que nunca llegaron a buen puerto. Recordar las victorias pero también las cien mil derrotas que se dejaron por el camino. Ese corazón que diciembre se propuso congelar por mucho calor que sus manos fueran capaces de jurarse. Todas esas promesas echadas a perder. Todas esas ganas de ganar. Esas caricias baratas cuando la monotonía les quemaba los labios. Las andaduras en otras camas y luego el paseo de la vergüenza. El perdóname no volverá a pasar, pero siempre volvía a ocurrir, por hache o por be.
Ella no estaba hecha para él, ni para él ni para nadie.
Pero eso no quitaba que le echara de menos. Y el puto frío se encargaba de recordarla que él ya se había marchado a otras camas porque ella no supo apreciarle en su momento.
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