Me metí en un maldito cruce de miradas imposibles,
sin un jodido semáforo en rojo
pero con dos mil señales de emergencia.
Fuiste como ese aleteo de viento
que se te cuela por la camiseta y te desnuda hasta el tuétano
en verano.
Eras tan inverosímil,
que cuando tu sonrisa se chocó con la mía en mitad de aquella
noche
provocamos un nuevo Big Bang.
Se escapaba polvo de estrella por tu boca.
Describías oes con un canuto
que besabas entre los labios.
Te prometo,
que en ese instante,
no pensaba en otra cosa
que no fuera en consumirme en tu lengua.
No sé quien de los dos fue el iceberg
y quien el Titanic,
porque cuando me estampé contra la comisura de tu voz
juro que comencé a deshacerme.
Luego torciste la esquina
dejando una estela de humo
de luces a tu paso.
Pero
yo ya te había pedido como deseo aquella noche.
VECA
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