Y entonces llegó el día en el que te eché de menos y tú ya no estabas para mí. No estabas ni cerca ni lejos, ni había distancias que fumarse, ni orgullos que tragarse, ni disculpas que pedir. Tú simplemente te habías marchado de mi vida sin mirar atrás porque yo misma te pedí que no lo hicieses nunca. Y ya era tarde para encontrarte, incluso para perderte de nuevo. Ya era tarde para todo, para un nosotros, para una oportunidad. Era tarde porque lo decidimos así y ahora yo me retractaba de mis palabras.
Y tú habías dejado de estar al pie del cañón.
Ahí estaba, con una copa entre lo dedos escurriendo los últimos recuerdos que tenía de ti en la mesa que siempre pedías por nuestro aniversario. Hoy no había nada que celebrar. Bueno sí, lo bien que se me ha dado siempre huir de todo. De las responsabilidades. Del miedo. De la verguenza. De ti. De nosotros. Incluso de mí. Nunca te llegué a decir que tus hoyuelos al sonreir me tenían loca. Supongo que me creí más inmune al amor de lo que realmente era... Es irónico, pero ahora echo de menos hasta tu ausencia por las mañanas cuanto te ibas a trabajar. Y esa forma tan peculiar que tenías de ver la vida, siempre por el lado bueno. Pero me elegiste a mí, de entre todas, me elegiste a mí. Y yo no supe estar a tu altura. ¿Pero quién puede estar a la altura de tus te quiero? Cualquiera se hubiese enamorado de ti al primer acorde y yo siempre te dejaba para el último. Te obligué a irte y no te lo echo en cara. Pero admito que sí que te echo de menos.
VECA
Comentarios
Publicar un comentario