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Si catorce vidas son dos gatos aún queda mucho por vivir


Ella es de esas que se ríe por tonterias pero nunca pilla un chiste fácil. De las que se ilusiona por cualquiera y no se enamora de ninguno. De esas que prefiere ir descalza por casa, despertarse tarde y desayunar metida en la cama. Es más de abrazos en enero que de besos por San Valentín. La verdad es que nunca le han gustado las fiestas destacadas en el calendario. Es más de regalar y sorprender a que la regalen decepciones. Es de coleccionar derrotas por doquier pero también cuenta con alguna que otra victoria. Es de saltar precipicios antes de estar a tres metros sobre el cielo, porque siempre ha preferido al macarra de turno que al príncipe azul. De Disney solo se llevo ese "hasta el infinito y más allá" y a Peter Pan. Nunca ha querido crecer y ahí sigue, como una cría, saltando y gritando por la calle. Con los labios rojos y los ojos a juego. Siendo feliz como ella sola sabe. Con su gente no necesariamente de toda la vida. Solo con los que han sobrevivido con los años, los que han aguantado sus quejas y ruegos, sus llantos. Los que nunca la han dejado caer al suelo y los que la han recogido si la caída era inminente. Ella sigue de gorra en gorra, de vestido en vestido. Con su collar de la suerte al cuello y sus cientos de manías a la espalda. Ella es una incomprendida que no se comprende ni a si misma. No le importa lo que piensen los demás de ella, pues ya se dio cuenta que crecer consistía en eso: los que se lo habían puesto difícil nunca iban a estar a su lado y los que siempre la habían sacado sonrisas incluso en los peores momentos iban a estar siempre.
Ella es algo así como un jodido vicio caro al que más de uno y más de dos se habían enganchado sin querer. Pero ella seguía siendo ella a pesar de todo, a pesar de los demás. Que no es poco.

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