Recuerdo que fuiste tú quien me dijo que el pintalabios lo perdiera en tus camisas y no en cualquier boca. Fuiste tú quien me negaste la luna y a cambio me alquilaste las estrellas. Fuiste tú quien montó el campamento base en mi cama y utilizaste el edredón para guardar las estrategias más oscuras. Decoraste las paredes con nuestras fotos y nuestras peleas. Y dejaste en mi escritorio notas y buenos días, princesa, a su suerte. Tiraste por suelo millones de recuerdos. Pintaste todo con colores chillones para que las cosas dolieran menos. Y ahora que te has ido, me explicas dónde queda todo eso.
Dónde escondo las notas y los mensajes. Dónde pierdo las estrellas, dónde robo la luna. Sabes, he decidido tirar el pintalabios rojo en alguna esquina y revender sus pedazos a cualquiera. He decorado mi mundo de color pastel, porque simplemente me gusta más así. Me he rodeado de los mejores vicios caros, pero ahora ya no llevan ni tu nombre, ni tus ganas. He cambiado las sábanas y los recuerdos que llevaban en su interior las encerré bajo llave en un cajón. He lanzado por tierra tus manos y las canciones de carretera que olvidaste en el radiocaset.
Tus letras de amor las abandoné por si regresabas. Para que ya no doliera, porque lo único capaz de destruirme a día de hoy eres tú.
Me volví un tanto más dramática. Me tatué un: Nunca te rindas. Para nunca rendirme. Y en los momentos más trágicos, cuando las estrategias no hacían más que salir mal, miraba el rollo de fotos que nos hicimos en aquel fotomatón.
Tengo hambre de victoria.
Pero tus huesos puedes regalárselos a otra.
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