A veces echamos de menos lo que no va a volver, echamos de menos momentos que en alguna parte del camino nos marcaron de una forma u otra. Sin darnos cuenta de que no echamos de menos cosas materiales, solo momentos, lo que sentimos, por qué lo sentimos, echamos de menos la sensación, la magia, lo bonito, lo que no podemos repetir. Y a fin de cuentas, esa es la mejor parte. El no poder revivir una y otra vez el mismo instante que una vez fue especial lo hace perfecto; pues eso significa que si una vez alguien pudo hacernos felices, más gente podrá hacerlo. Y quizás no lo sepamos en ese instante. Quizás no reconozcamos la felicidad, ni el amor, ni la paz cuando la vivimos. Quizás para eso existen los recuerdos, para enseñarnos que la vida no frena nunca y que tenemos que estar siempre atentos, sin perder el tiempo, sin perder a los que tenemos al lado. Porque echar de menos no es más que un síntoma de que hemos vivido cada instante al máximo y un seguro de que seguiremos haciéndolo, pase lo que pase.
A veces nos olvidamos de soñar. Ahora que todo en la vida cuesta dinero, olvidamos que nuestros sueños son lo único que nos pertenece a nosotros solos. Y que somos nosotros, como únicos propietarios quienes podemos compartirlos con cualquiera. Olvidarse de soñar es como apagar el Sol. Es una fomra muy miserable de autodestruirse. Soñar significa que aún estás vivo, que aún no han podido contigo, que te lo han quitado todo, menos las ganas de seguir jugando. Hasta los peones tienen posibilidad de convertirse en reyes y quién te dice a ti que ella no puede ser tu reina. Si se deja de soñar, se deja de luchar. Nadie puede luchar por otra persona eternamente sin recibir algo a cambio. Nadie puede soñar por ti y mucho menos hacer tus sueños realidad. Una partida de ajedrez no se termina cuando se coloca al rey entre la espada y la pared, ni cuando se le deja solo, ni mucho menos cuando pierde a su reina; termina cuando se rinde, cuando prefiere morir a seguir defendiéndose. Si inve...
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