Es una persona fuerte. Impermeable. Vive de una sonrisa como si ese simple gesto fuera su pasaporte a cualquier parte. Le cuesta dejarse caer porque sabe lo que duele la caída y no le gusta que nadie le recoja porque ya ha probado el impacto. Conoce el sabor de la sangre recorriéndole las rodillas, las cicatricew abriéndose por culpa de dedos curiosos que nunca creyeron en la magia de la risa para construir alas que cubran cielos oscuros con trazos de luz.
Ha visto amanecer Madrid con lágrimas en los ojos.
Y nunca ha recordado por qué lloraba. Tal vez el problema de la pregunta siempre ha sido que ha equivocado conceptos, qu enunca ha aprendido a llorar por cosas pequeñas sino por personas muy grandes. Y que esas personas no sabían que lo eran.

Repite: es una persona fuerte hasta que caen sus gigantes. Entonces se rompe.
Explota, como una estrella, atrapando su propia luz, convirtiéndose en un espectáculo para los sentidos. Y entonces se vuelve pequeña, frágil, como un secreto a voces.
La pequeña devoradora de sonrisas está triste y la tristeza es un cruel aliado y el peor de los enemigos.
Ella que siempre ha querido alzar el vuelo no quiere vivir con el fantasma de un adiós. Simplemente no puede caminar de rodillas, quiere seguir bailando bajo el sol de una sonrisa bañada en arrugas. Porque cuando se rompe, parece que solo el viento entendiera como atrapar una lágrima en su mejilla. Como si solo la almohada supiera descifrar sus cicatrices. Como si solo las paredes de su cuarto supieran entender aquella melodía tan oscura.
Como si no existieran unos brazos capaces de trazar carreteras sobre sus heridas.
Como si nadie supiera encajar las piezas de su puzle hasta reconstruirla de nuevo.
VECA
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