Teníamos pestañas en los ojos en forma de sueños
y manías inconfesables
y paracaídas
y piedras
y lágrimas
y risas, muchas risas.
Teníamos un cajón para nuestros demonios
y un pasadizo secreto en nuestras cabezas que iba de tu cuerpo al
mío
y viceversa.
A veces también teníamos hambre y se juntaba con nuestras ganas
y claro, no hacía falta pedir deseos a las estrellas.
Hubo un tiempo, ese tiempo,
en el que no dudaba que te quería.
Hubo un tiempo,
ese jodido tiempo, en el que hubiera apostado todo por ti
aunque tuviera las manos vacías.
Hubo un tiempo, ese tiempo, joder, siempre, siempre era primavera.
Siempre había legañas en forma de beso en los ojos.
Siempre había labios queriendo besarse.
Y siempre había bocas queriendo ser besadas.
Teníamos nubes en la suela de los zapatos.
Tenía caricias, joder, caricias que querían acariciar tu piel y no
otra.
Y un para siempre atragantado en la garganta.
Y un no te vayas, por favor, en la recamara por si algún día te
daba por ahí.
Hubo un tiempo en el que soñábamos juntos aunque nos levantásemos
en camas separadas.
Ese tiempo en el que cuando nos levantábamos en la misma cama no
habíamos tenido tiempo para soñar dormidos en toda la noche.
Hubo un tiempo en el que caía por placer para que
precisamente tú
me lamieras las heridas.
Pero ese tiempo, terminó,
joder, como cuando caen todos los granos de arena dentro del reloj
y no hay forma humana de volverlo a poner en marcha
si no es poniéndole patas arriba.
Y eso hicimos.
Le dimos la vuelta.
Lo pusimos todo patas arriba creyendo que eso no iba a cambiarnos
a nosotros.
Que nosotros sortearíamos los baches
como de costumbre.
Nos equivocamos.
Como siempre hacíamos cuando lo apostábamos todo a nuestro número
de la suerte.
No sirvió de nada creer en la magia de los te quiero.
Ni tener pasadizos en la cabeza.
Ni un no te vayas en la recamara.
Ahora a veces nos cruzamos por la calle
y ni siquiera me pides que baile contigo sobre los pasos de cebra.
Yo tampoco te invito a una cerveza.
Solo nos miramos
como cuando había demonios de los que despojarse para guardarlos
en los cajones.
Pero es un segundo, luego continuo caminando.
Como si nada.
Como cuando tenía las manos vacías.
Ahora también están manchadas de barro.
Pero te juro,
te juro que cada vez que me salpicas de ese marrón de ojos,
hubiera vuelto a apostarlo
todo a nuestro número de la suerte,
hubiera vuelto a caer por placer
y sobre todo,
hubiera vuelto a caminar sobre las nubes,
sin importarme lo que la caída
pudiera llegarme a doler después.
Es cierto, nunca llegué a creer del todo en la magia,
pero también es cierto que tú estuviste
a punto
de conseguirlo.
VECA
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