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Lucha de egos

Y entonces, sus miradas se cruzaron y un torbellino de sensaciones ascendieron desde su pecho a su cabeza. sus mejillas se colorearon de un suave y llamatico bermellón.
Dejaron de mirarse a la vez, pero el cruce de miradas no cesó, cómo iba a cesar algo tan bonito...
De repente, ella comenzó a tener unas ganas locas de acercarse a él, de probar sus labios, de saber si se le formaban hoyuelos cada vez que sonría, incluso quería experimentar algo más... íntimo. Él, por su parte, y aunque ella no tubiera ni la más mínima idea, quería estrechar entre sus brazos aquel menudo cuerpo de cabellos pelirrojos y besar esos labios parcialmente rojos que no se atrevía a aventurar si la pérdida de color se debía a algo eventual fruto de la naturaleza o a que otro antes que él ya los había acariciado. Dejó de preocuparse por cosas banales, claro que otro los habría acariciado, quién se resistiría...
Ella le observaba de reojo, sin dejar en ningún caso que sus ojos se tocasen más de dos segundos seguidos casi provocando un torrente de casualidad oculares que debido a su corta experiencia iban a terminar en tragedia.
La necesidad de acercarse a ella iba en aumento, pero era como si aquellos ojos verdes le rehuyeran más que buscarle, no obstante, él ya ha caído en su red, en ese denso bosque y está resbalando hacia sus entrañas sin poder siquiera rozar una centésima de tiempo la piel de ella con su aliento.
Que convinación más letal...
Ganas con más ganas.
Muchas ganas contenidas.
Se alejó de ella, le dolía la indifierencia de una extraña que no se atrevía a conocer. Y ella notó el rechazo y que él se alejaba y dejó de mirarle. Drásticamente el rubor de sus mejillas descendió. Ninguno de los dos sabría explicar con claridad lo que acababan de vivir.
VECA

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