Cambió besos por rosas. Las mariposas que le producía mirarle por versos en alquiler. Regaló sábados a quien no merecía ni un triste cuarto de hora. Y manipuló bocas salvajes hasta escuchar lo que ella quería oir.
Dilapidó su autoestima para olvidarle pero obtuvo el efecto contrario. Diariamente se emborrachaba de complejos y se fumaba su imagen una vez más. Hasta que una fueron mil y no pudo soportarlo.
Se comió la cabeza sin poder mover un dedo pues no sabía como encontrarle. Eran tales las diferencias que les separaban que más que improbable sabía que era imposible.
Sabía echarle de menos noche sí y noche también, aunque ni siquiera se hubieran dirigido la palabra en la vida.
Sus sonrisas empezaron a escasear. Dejó la improvisación a otros. Y se encerró en su mundo. Apagó cualquier luz y atascó puertas y ventanas incluso las salidas de emergencia. Supo lo quer era tener miedo de si misma.
Multiplicó por un millón las derrotas y sus aspiraciones se quedaron tan cortas al lado de sus ganas de comerse el mundo que decidió dejarlas de lado.
Se enganchó a sus auriculares, desempolvando sus vejas Vans. Y entonces lo vio claro: si no se quería ella quién lo iba a hacer.
Recuperó su bloc de notas con poesías mordidas por tantísimos labios, se dio cuenta de que ella lo que quería hacer era escribir; su mundo no se reconstruyó tan rápido pero al menos encontró su hueco. Y, por fin, se dio cuenta que, por mucho que ella quisiera, él no tenía ni tendría nunca espacio allí.
Dilapidó su autoestima para olvidarle pero obtuvo el efecto contrario. Diariamente se emborrachaba de complejos y se fumaba su imagen una vez más. Hasta que una fueron mil y no pudo soportarlo.
Se comió la cabeza sin poder mover un dedo pues no sabía como encontrarle. Eran tales las diferencias que les separaban que más que improbable sabía que era imposible.
Sabía echarle de menos noche sí y noche también, aunque ni siquiera se hubieran dirigido la palabra en la vida.

Multiplicó por un millón las derrotas y sus aspiraciones se quedaron tan cortas al lado de sus ganas de comerse el mundo que decidió dejarlas de lado.
Se enganchó a sus auriculares, desempolvando sus vejas Vans. Y entonces lo vio claro: si no se quería ella quién lo iba a hacer.
Recuperó su bloc de notas con poesías mordidas por tantísimos labios, se dio cuenta de que ella lo que quería hacer era escribir; su mundo no se reconstruyó tan rápido pero al menos encontró su hueco. Y, por fin, se dio cuenta que, por mucho que ella quisiera, él no tenía ni tendría nunca espacio allí.
Comentarios
Publicar un comentario