Si algún día te cansas de volar. Llámame.
Podemos vivir cerca del asfalto.
Que no te engañen,
también existen sueños sin alas,
se llaman como tú.
Y si te apetece seguir contando nubes
cuéntame como se ve el mundo desde tan arriba.
Cuéntame si me ces como una más.
O si en algún momento brillé a tus ojos.
Recítame mis lunares de memoria
aunque ya no estemos sumergidos en un nosotros.
Aunque uno de los dos ya no camine.
A veces podemos seguir hablando de ese tiempo.
En el que ninguno podía soñar si no era con el otro.
En el que ninguno podía amar si no era al otro.
Hablemos del tiempo en el que mirarnos era el mejor pasatiempo del mundo.
Cuando el mundo nos parecía tan pequeño que todo se reducía a nuestra habitación.
¿Te acuerdas?
Yo no te olvido. Nadie me ha enseñado a hacerlo.
Y eso me cuesta recordar cuánto nos costaba reírnos de las despedidas cuando eran nuestras.
Y de lo duro que se nos hacía sumar uno más uno sin que siguiera dando una unidad.
No sé. Supongo que nací para ser libre y en algún momento quise compartir mi libertad contigo como quien comparte una risa.
Recuerdo cuando te cambié piel por orgasmos.
Y tú rugidos por un poco más de tiempo.
Fue bonito. Como tú.
Jamás me oirás decir mientras duró porque ni yo misma lo sé.
A veces creo que la maquinaria de nuestro adiós nunca llegó a funcionar del todo.
Que nunca nos dejamos.
Que nunca te dije que te odiaba aún no siendo verdad
y que tú nunca me creíste aún sabiendo que era mentira.
Tengo la esperanza ciega de que si vuelas es para encontrarme.
Que nunca has querido alejarte de los rincones donde fuimos felices.
De que por eso no vuelas en círculos.
YO nunca me quedé tan cerca de nuestra primera vez como te prometí.
Yo también eché a correr sin echar raíces a nuestros recuerdos.
Yo también huí de nosotros como huye de los monstruos bajo la cama.
Y si...
Te juro que esa es mi mayor pesadilla.
Y yo soy su mayor reo.
Desde que te fuiste.
Algún día llegará el eco cálido de mis gritos de auxilio.
Lo siento, tenía que decirtelo,
nunca pude levantar el vuelo por miedo a no encontrarte.
Cuando salí de nuestro cuarto el mundo era tan grande que me entró el pánico.
Y aquí sigo, espolvoreando nuestros te quiero por la arena, como carteles luminosos
y lanzándolos al mar,
para que tú encuentres la botella.
Sabes que nunca sabré terminar un poema.
Pero es algo que me pasa con todo.
Nunca sabré encontrar el principio a los cuentos. Ni el final a las historias de amor que merecen la pena.
Así que no me despediré.
Seguiré contando pétalos hasta que bajes.
Hasta que descubras que yo nunca tuve alas, pero siempre,
siempre,
te quise.
VECA
Comentarios
Publicar un comentario