
Nos matabamos veintitrés horas al día. Esa era nuestra curiosa forma de querer. De querernos. Odiándonos. Rompiéndonos. Huyendo.
Huyendo de todo y de todos. Sobre todo de nosotros mismos. A mí tampoco me habrás visto volar nunca. No es por miedo a las alturas es porque siento más vértigo mirándole a él a los ojos. Ya sabes, hay balazos que merece la pena compartir.
Teníamos miles de manías. Algunas ridículas, como nosotros. Algunas grandes, como nuestras mentiras. No te quiero era la peor de ellas.
No nos echamos de menos, o quizás sí, atrévete a fiarte de alguien como yo.
Solo sé que llegó un día en el que él esquivó mi piedra y yo comencé a volar. De repende. Y las manías se rompieron en el aire como mariposas convertidas en fuegos artificiales en honor a nuestra hipocresía.
Me faltó confesarte una sola cosa: yo también era libre y decidí romperme la boca contra tu nombre.
VECA
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