Te echo de menos,
supongo que se me acabaron los poemas en los que
tú eras el malo
con el último llama(me).
Así que ahora solo puedo contar las lágrimas
que nos ahorramos
cuando nos dimos de golpes en el ring
en el que convertimos los sentimientos.
Sé que tú no me echas de menos,
al menos por las mañanas…
por las noches sueles acompañarte
los rastrojos del alma con pieles ajenas
calentándote las manos
con bocas de lobo que odias que se vistan de rojo
porque,
a las buenas y a las malas,
acaban recordándote a mí.
No sé como llamar a este árido desierto de sin sabores
cuando tú eras el único oasis de luces
entre tanta maltrecha oscuridad.
Supongo que no eras más que un espejismo,
un fortín regado de verdes y amapolas
con enredaderas
que enredaron sus afilados colmillos en torno a tu candado
para que yo no pudiera ver que, en realidad,
hambrientos de mariposas.
Caí en la tentación porque quise.
Y quise la tentación porque caí.
Te echo de menos, ahora que mis mariposas
se han convertido en necrófagos
con alas de hueso.
Ahora que no hay mal que por ningún bien venga.
Ahora que todos los males duran más de cien años.
Voy a cazar mariposas con las mías,
a ver si así recupero algún vestigio de mí misma
antes de conocerme.
Espero que mis necrófagas no se enamoren de tus murciélagos.
O voy a acabar a tiros con las estrellas para que fuguen
y
pueda volverte a pedir como deseo.
VECA
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