
Correteas por mi ombligo, derramando gotitas de cerveza en mi tripa, como si soltaras polvos de estrella por la boca.
Y yo soy un huracán de sonrisas de arco iris que chapotean en los renglones de tu poesía a susurros, que es como mejor suenan tus versos, entre beso y cerveza.
Y yo me duermo tras haber estado escalando toda la noche por tu cintura, en el Everest de tu sombrero me hago la muerta para que me revivas a cosquillas.
Cuando te cansaste de contar lunares, descubriste que ya formabas parte de un naufragio.
Y no era el tuyo,
pero tú te habías dejado arrastrar por cualquiera que te hubiera invitado a un trago o al calor de la piel desnuda de un agosto sin verano.
Tú solías vivir entre primaveras de una noche y yo bailaba al borde de un invierno sin promesas.
Tú ya tenías una colección de aceras en tus recuerdos y yo… yo apenas había empezado a ahogar penas en botellines de forma legal.
Yo no había tanteado corazones mientras que a ti ya te lo habían partido un par de veces.
Así que cuando nos cruzamos en aquella poesía, en mitad de aquel bar, del que no conocía ni el nombre fue como romper la barrera del sonido con un orgasmo- ya sabes- de esos que declaran la guerra pidiendo la paz.
Me miras y yo no sé muy bien que contestarte.
Luego sonríes y a garabatos me dices que la edad limita los amores que se dejan.
Sigues sonriendo y mientras pides dos cervezas, me susurras hoy dormir es de cobardes, valiente añadiendo que tenemos magia en casa.
Y yo que siempre buscaba el truco en cada trato entendí que a veces creer en la magia era síntoma de supervivencia.
Y yo que siempre me adelantaba a las sorpresas para que no me pillaran con los ojos cerrados,
he descubierto que tus sorpresas
son mis trucos de magia
favoritos.
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