Ella me daba la razón como a los tontos, como si todo lo que yo dijese dependiese de su maldito estado de ánimo. Solía reirme las gracias casi por costumbre y estudiar tumbada sobre mi cintura como si yo fuese de hielo y pudiese ignorar donde colocaba la cabeza y como su manos jugaban inocentes con mi camiseta. Nunca tuvo reparos en el sexo y hacía que mi cabeza explotase de placer al hacer realidad cada fantasía, como por casualidad. Pero sus ganas caducaron. Desde el primer momento me dijo que pasaría pero yo preferí no creerla. Dejó de reírse con mis gracias y de estudiar en continuo contacto conmigo. Perdió ese sexto sentido que transformaba el sexo de mi cabeza en sexo de verdad. Follaba como necesidad primaria, como si ya no fuera con nosotros. Como si algo se hubiera apagado. Como si yo fuese un mero peón en su tablero.
Experimente esa horrible sensación de ser sustituible. Sustituible para la persona más insustituible de mi vida. Ni los besos eran recíprocos, ni los versos rimaban conmigo. Abrió la puerta de salidad de emergencia y huyó, como si yo alguna vez la hubiera encarcelado. Yo la quería, como se quiere al amor de tu vida. Y ella también lo hacía, pero a su manera. Dejé que se marchara porque la Luna no tiene dueño. A fin de cuentas, fue ella quien me enseñó que quien no lucha por estar contigo no merece estar a tu lado. Así era ella, nunca se aplicaba sus consejos. Y me dejó de querer. Como ella sola sabía dejar de querer, sin mirar hacia atrás.
VECA
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