¿Quieres saber por qué ella es tan dura de roer? Fácil, porque se ha llevado tantos palos que decidió coleccionarlos a los pies de su cama. Se decantó por guardar las pesadillas bajo la almohada en vez de vencerlas. Elegió no arriesgarse nunca porque estaba harta de salir perdiendo siempre. Se enamoró de todo aquel chico malo que solo iba a causarla problemas porque se cansó de esperar Romeos. Olvidó las ganas de comerse el mundo en sus anticuadas Vans. Ella se sentía diferente pero no quiso que nadie lo notara. Cambió de amistades con la misma rapidez con la que cambia de colonia. Y luego se sintió perdida.
Ella había luchado por tantos que la habían terminado por defraudar que se sintió sola aunque estuviera rodeada de gente. De poco la servía ya sonreír si por dentro estaba tan hundida que apenas era capaz de ver luz. Se engañó a si misma repitiéndose una y otra vez que era valiente, porque no lo era. Porque un buen día amaneció y dejó de arriesgarse. Dejó de darlo todo, y ahora el día que más da apenas llega al cincuenta por ciento que solía dar antes. Dejó de creer. Subastó su fe al peor postor y después regaló sus buenas intenciones de esquina en esquina. Eso la hizo olvidar su esencia, y aunque pocos lo notaban, ella ya no era la misma de siempre.
Había empezado a sonreír casi por todo, sin embargo llorar era la opción más adecuada. Había decidido recluirse en su mundo, pensando que nunca alcanzaría sus metas y que no se cumplirían sus sueños. Siguió escribiendo, pero se dio cuenta de que antes escribía por experiencia y ahora por oportunidades perdidas. Las cuatro paredes de su cuarto vieron más lágrimas en una semana de las que habían visto en años pasados. Se volvió de piedra. Quiso aprender que no debía dar la cara jamás por los demás y que no tenía que poner la mano en el fuego ni siquiera por ella. Los nunca más comenzaron a hacer mella en su corazón. Ese órgano que ya de poco la servía.
Era la que más reía en una tarde. Pero quien la conocía bien sabía que se encontraba por el subsuelo dando palos de ciego contra una pared de hormigón.
Escondía tantas ganas de rozar las nubes en sus ojos... Pero le daba miedo saltar.
No tardó en pensar que la culpa era suya y que las cosas nunca la saldrían bien. Lo que ella no sabía es que las cosas no la salían ni bien ni mal, simplemente no la salían porque no se arriesgaba.
Volvió a verse la cara con algún precipicio, pero esta vez ni lo taneó. Regresó sobre sus pasos y después se moría de rabia por saber "que hubiera pasado si..."
Ya no se veía ni guapa ni fea, porque sencillamente no se veía. Estaba rota, vencida y apunto de echarse a perder para siempre. Se colocó cientos de límites que la impedían crecer, muchos de los cuales solo existían en su cabeza. Dejó de apostar todo por un número y quiso ser más precavida.
Siguió enamorándose, sí, pero no con la misma intensidad. Tropezaba con la misma piedra cuatros cientas cuarenta y tres veces por puro masoquismo, porque en ninguna de esas ocasiones dio la cara. Se arañó el corazón y lo abandonó más tarde.
Empezó a tragarse el orgullo, ese orgullo que solía hacerla invencible y ahora la volvía más y más débil. Se alejó de todo lo que la hacía bien. Quiso volver al cien por cien en una ocasión, volvió a ilusionarse cuando más perdida se encontraba, pero volió a darse de bruces contra la realidad.
Tenía la cabeza como un comecocos. No distinguía lo bueno de lo malo. Levantarse se hizo tan difícil que a veces se tiraba días y días para ello. Necesitaba a los demás pero era incapaz de abrir la boca.
Quemó deseos y luego se arrepintió de ello pero creyó que era demasiado tarde para recuperarlos. Aunque nunca lo fue. Era un diamante sin pulir y a día de hoy lo sigue siendo.
Ella sigue escondiendo todo esto. Y a vuelto a llevarse otro palo. Sin embargo, va a volver a ponerse en pie. Porque lo que nunca dejó de ser fue cabezota.
Ella había luchado por tantos que la habían terminado por defraudar que se sintió sola aunque estuviera rodeada de gente. De poco la servía ya sonreír si por dentro estaba tan hundida que apenas era capaz de ver luz. Se engañó a si misma repitiéndose una y otra vez que era valiente, porque no lo era. Porque un buen día amaneció y dejó de arriesgarse. Dejó de darlo todo, y ahora el día que más da apenas llega al cincuenta por ciento que solía dar antes. Dejó de creer. Subastó su fe al peor postor y después regaló sus buenas intenciones de esquina en esquina. Eso la hizo olvidar su esencia, y aunque pocos lo notaban, ella ya no era la misma de siempre.
Había empezado a sonreír casi por todo, sin embargo llorar era la opción más adecuada. Había decidido recluirse en su mundo, pensando que nunca alcanzaría sus metas y que no se cumplirían sus sueños. Siguió escribiendo, pero se dio cuenta de que antes escribía por experiencia y ahora por oportunidades perdidas. Las cuatro paredes de su cuarto vieron más lágrimas en una semana de las que habían visto en años pasados. Se volvió de piedra. Quiso aprender que no debía dar la cara jamás por los demás y que no tenía que poner la mano en el fuego ni siquiera por ella. Los nunca más comenzaron a hacer mella en su corazón. Ese órgano que ya de poco la servía.
Era la que más reía en una tarde. Pero quien la conocía bien sabía que se encontraba por el subsuelo dando palos de ciego contra una pared de hormigón.
Escondía tantas ganas de rozar las nubes en sus ojos... Pero le daba miedo saltar.
No tardó en pensar que la culpa era suya y que las cosas nunca la saldrían bien. Lo que ella no sabía es que las cosas no la salían ni bien ni mal, simplemente no la salían porque no se arriesgaba.
Volvió a verse la cara con algún precipicio, pero esta vez ni lo taneó. Regresó sobre sus pasos y después se moría de rabia por saber "que hubiera pasado si..."
Ya no se veía ni guapa ni fea, porque sencillamente no se veía. Estaba rota, vencida y apunto de echarse a perder para siempre. Se colocó cientos de límites que la impedían crecer, muchos de los cuales solo existían en su cabeza. Dejó de apostar todo por un número y quiso ser más precavida.
Siguió enamorándose, sí, pero no con la misma intensidad. Tropezaba con la misma piedra cuatros cientas cuarenta y tres veces por puro masoquismo, porque en ninguna de esas ocasiones dio la cara. Se arañó el corazón y lo abandonó más tarde.
Empezó a tragarse el orgullo, ese orgullo que solía hacerla invencible y ahora la volvía más y más débil. Se alejó de todo lo que la hacía bien. Quiso volver al cien por cien en una ocasión, volvió a ilusionarse cuando más perdida se encontraba, pero volió a darse de bruces contra la realidad.
Tenía la cabeza como un comecocos. No distinguía lo bueno de lo malo. Levantarse se hizo tan difícil que a veces se tiraba días y días para ello. Necesitaba a los demás pero era incapaz de abrir la boca.
Quemó deseos y luego se arrepintió de ello pero creyó que era demasiado tarde para recuperarlos. Aunque nunca lo fue. Era un diamante sin pulir y a día de hoy lo sigue siendo.
Ella sigue escondiendo todo esto. Y a vuelto a llevarse otro palo. Sin embargo, va a volver a ponerse en pie. Porque lo que nunca dejó de ser fue cabezota.
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